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Remiel - La Corte de las Sombras

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Hirdael's avatar
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Aquel hombre no le inspiraba ninguna confianza... Tenía la mirada de alguien poderoso y firme en sus opiniones, dos cosas que nunca son buenas de juntar. Además de aquella mirada impenetrable que le hacía estar seguro de que podría pasarse el día de pie, mirándole, sin decir absolutamente nada.
Remiel dudó ligeramente antes de hablar.
–Soy Lucien Massys –explicó–. Balthazar me ha mandado llamar a su encuentro.
Caronte levantó las cejas y le dedicó una mirada de arriba a abajo.
–¿Moneda? –preguntó de mal humor.
Remiel palpó sus bolsillos, extrañado, y alzó la mirada de nuevo.
–No tengo dinero con el que pagarte... –murmuró, demasiado avergonzado para admitir que unos niños le habían robado hacía unos días.
–Caronte –una voz femenina interrumpió la escena. Remiel se volvió hacia la chica cuyo cuerpo se insinuaba bajo un vestido apretado, la sonrisa de la mujer se ensanchó al descubrir que había llamado también la atención del pelirrojo–. Está bien, es invitado de nuestro Señor –Remiel agradeció en silencio a su salvadora, demasiado azorado para reaccionar. Ella se acercó y con cada paso sus pechos se bamboleaban en aquel amplio escote que amenazaba con dejarlos salir–. Hola –sonrió coquetamente–. Ven... –La mano de la mujer tomó la de Remiel–, yo te guiaré.
Remiel se dejó guiar resignado, apretando las mandíbulas con rabia. Cada vez tenía más claro que Balthazar le había mandado llamar para reírse de él. Aunque al menos...

–¿Los ángeles son todos igual de débiles...?
Las palabras resonaron con fuerza en su cabeza, burlonas, quien las había pronunciado vestía una cruel sonrisa en su rostro. Remiel se volvió furioso hacia su acompañante, le pitaban los oídos como si le fueran a estallar.
–...más bien definidos –Le escuchó murmurar mientras pasaba una mano por su torso. Nada que ver con las palabras que habían inundado su mente.
Remiel atrapó la mano de la joven con la suya y la apartó con más brusquedad de la que quería.
–Dile a tu señor que no necesito una recepción tan calurosa, con que me guíes hasta él será suficiente.
Ella tardó unos segundos en comprender qué había pasado.
–¿Calurosa? Oh... –soltó una risita y siguió subiendo las escaleras–. Ya... Olvidaba que los humanos son más “fríos”.
El silencio se hizo entre ellos de nuevo. Las escaleras parecían interminables y el crepitar de las llamas cada ciertos escalones les recibía sólo para abandonarles de nuevo. Remiel creyó que jamás llegarían hasta su destino cuando la mujer se detuvo en el tercer nivel, frente a una enorme puerta de estilo gótico y decorada con siniestros motivos.
–¿Es aquí?
Ella sonrió y empujó la puerta con delicadeza.
–Sí. Adelante.
Dentro todo estaba a oscuras, la luz del día por la ventana alumbraba pobremente la alfombra roja en el suelo. Los ojos de Remiel fueron incapaces de escrutar en el interior.
–Gracias... –musitó, antes de cruzar la enorme puerta.
Sintió como a sus espaldas la puerta giraba sobre los pesados goznes, impulsada por la chica, hasta cerrarse dejándolo dentro, a oscuras, rodeado de sombras y silencio.

Aquella oscuridad repentina, como si hubiera perdido la facultad de la visión, le desorientó completamente por unos segundos. La oscuridad... ¿le estaba observando? Si no fuese porque parecía imposible, Remiel habría jurado sobre su espada que aquella ausencia de luz tenía personalidad propia y le juzgaba inmerecedor de la victoria con una sonrisa cruel.
Incluso aquella débil risa... Era incapaz de determinar si se trataba de su enemigo o de la misma oscuridad. Lo único que sintió a continuación fue el frío lacerante del acero atravesando su estómago y la risa que iba en aumento
.
–Es gracioso... –murmuró una voz entre las sombras, a su alrededor. Remiel volvió en sí como si alguien hubiese tirado de él hacia la realidad. Los oídos le pitaban de nuevo–, pensé que te negarías a venir.
–No es que tuviese opción –respondió, intentando escrutar aquellas sombras y, tras un breve silencio, añadió–, ni motivos para hacerlo. Aunque no comprendo qué podría querer el gran líder de la Corte de las Sombras de alguien como yo.
Remiel se sorprendió ante el tono irónico que había utilizado, casi por instinto. Reprimió el impulso de morderse la lengua. Quería salir con vida de allí.
–Sólo comprobar una teoría... –Dos ojos amarillos brillaron con sorna en una esquina de la habitación. Flotaban como fuegos fatuos que siguieran todos sus movimientos–, además de hacerle un favor a un amigo –El silencio les engulló nuevamente. Remiel observó aquellos ojos, agradeciendo tener un lugar al que observar, pero... sus oídos rehusaban volver a la normalidad y no era capaz de entender qué estaba sucediendo a su alrededor o cuáles eran los motivos ocultos del rey demonio–. ¿No te sientas?
–Nunca antes que mi anfitrión, sería de mala educación –Esbozó una débil sonrisa, tratando de terminar con todo aquello.
–No seas ridículo –rió Balthazar, aproximándose. Su silueta se hizo más visible–. Anda, no voy a morderte... –agregó con malicia.
La sonrisa de Remiel vaciló ligeramente en sus labios mientras se acercaba a una mesa y se sentaba, sin dejar de observar a Balzathar. La sonrisa de su interlocutor, en cambio, pareció ensancharse mientras le examinaba con atención y se acercaba solo un paso más.
–Sigues apestando a luminoso –se atrevió a decir, finalmente.
Remiel contuvo la respiración y sus manos, sobre la mesa, se tensaron inconscientemente.
–Bueno, he estado con alguno de ellos. Quizá sea eso.
–Además de ser pésimo mintiendo –soltó un bufido divertido y se llevó una mano a la barbilla, examinándolo de nuevo en un silencio incómodo.

Aquellos ojos, como dos monedas de oro, no se apartaron de él ni un instante mientras hablaba. Parecía examinar todos sus puntos débiles, preparándose para el combate.
Y el fuego de su arma brillaba casi tanto como aquellos iris burlones.


–¿Qué es lo que quieres de mí?
–¿Sabes qué solía hacer cuando me aburría? –preguntó, ajeno a las palabras del mortal.
–Quién podría saberlo –masculló, entre dientes, apoyando la barbilla sobre la palma de su mano y observando con hastío al demonio.
Quizá si le atacaba ahora se viese sorprendido... Quizá su arma pudiera romper su defensa en esta ocasión y alcanzarle en el pecho.
–Una lista de los luminosos a los que derrotaba –le miró con curiosidad, aún sonriente–. Aunque... tú estás en la lista de los "pendientes". -agregó con una risita.
–Oh –Remiel esbozó una amplia sonrisa, regresando a la conversación–. ¿De verdad? Qué modesto... No esperaba algo así de ti, precisamente.
Sus palabras rasgaron el aire con el silbido del acero. Un ataque, una recepción, una estocada de vuelta. Aquella conversación no difería mucho de un combate. Pero Balthazar parecía tener habilidad suficiente para detener todos los vagos intentos del pelirrojo por crisparle los nervios.
Remiel iba perdiendo de nuevo.
–¿Pero qué clase de persona piensas que soy? –preguntó, fingiendo estar afectado.
–Qué ridículo –masculló, cansado de aquel duelo dialéctico. Nunca había sido bueno con las palabras. Se puso en pie con cansancio y con un gesto abarcó la sala–. ¿Esto es todo? ¿Puedo irme ya?
–Vaya, que gente más malagradecida... –murmuró mirándolo neutral–. Pues no. No te he llamado solo para asegurarme que eres el Remiel debilucho que conocí en la guerra –La expresión de Remiel se crispó con rabia–. En realidad no lo hubiera hecho, pero como dije... es para hacerle un favor a un amigo –lentamente comenzó a fundirse con las sombras–. Cuidado con ensuciar mi palacio... –susurró divertido, antes de desaparecer completamente.
Remiel soltó un gruñido, frustrado. Cada vez odiaba más aquel castillo y a su dueño.
–Jamás debí aceptar la oferta... –susurró.
Al apagarse el sonido de sus palabras sintió como si aquel lugar dejase caer sus paredes contra él. Con una sacudida de cabeza apartó aquella sensación claustrofóbica de su mente y...
Unas manos se posaron sobre sus ojos suavemente, impidiéndole ver nada en absoluto.
–Pero entonces jamás habría tenido la oportunidad de pedirte perdón en condiciones... –murmuró una voz conocida. Sonaba como una sonrisa agradable, pero su timbre estaba teñido de nostalgia.
Reconocía esa voz... Podría haberla reconocido aunque pasaran milenios desde la última vez que la escuchara, pero simplemente habían sido unas semanas desde su encuentro más reciente.
Entonces ¿no lo había imaginado? ¿O tal vez era esto uno de los crueles juegos de Balthazar?
–Ca...ín –musitó.
Él mantuvo la misma posición al no notar ningún cambio en su postura. Aunque Remiel no hubiese hecho ademán de alejarse, le preocupaba cómo pudiese reaccionar una vez que le enfrentase cara a cara.
–Me has dado muchos quebraderos de cabeza, ¿sabes? –suspiró e inclinó la cabeza hacia delante, apoyando la frente contra el cabello pelirrojo del humano–. No ha sido fácil conseguir encontrarte otra vez.
Remiel guardó silencio una vez más. Parecía que en aquel castillo las conversaciones avanzaban a base de largos silencios por parte del pelirrojo. Si tan sólo fuese capaz de entender si quiera un poco lo que sus interlocutores pretendían...
–¿Me has estado buscando...? –Remiel se separó de él, observándole con cautela. Tuvo que reprimir el impulso de llevarse una mano al arma, un gesto que habría sido inutil pues de su cinto no colgaba peso alguno–. ¿Qué es lo que quieres de mí, Caín?
El moreno puso los brazos en jarras.
–Esa es una de las preguntas más estúpidas que has hecho en todos estos años. Y has hecho muchas –hizo una mueca–. Quiero que vuelvas, por supuesto.
–¿Volver a dónde? –Remiel se sorprendió a si mismo ante el tono de reproche en su voz–. Disculpa, lo que quiero decir es que... –miró sus cuernos, como señalando la evidencia–. No creo que puedas pasear así por el reino de los humanos, Arzwÿn quedó destruía mucho tiempo atrás, no hay ningún lugar al que volver.
Caín arqueó una ceja, con incredulidad.
–Oh, vamos... Llevo mucho tiempo paseando así por el reino de los humanos. Ahora no es un buen momento, pero ya volveré. A lo que me refiero –dudó un instante–. Es a que vuelvas conmigo. Con la band-... Con la Hermandad –se corrigió, con una sonrisa.
–No creo poder aceptar eso, Caín –entrecerró los ojos y apartó la mirada, inquieto–. Ahora pertenezco a Arcania.
–Oh, por favor... –sacudió la cabeza–. ¿Arcania? ¿Vas a volver a un ejército como el que dejaste...? Además –cambió de tema–, no deberías decir que no antes de ver de lo que te estoy hablando. Hay... hay tanta gente que ha decidido sumarse a nuestra causa... No puedo esperar para presentarte al resto de líderes –sus ojos destellaron con orgullo–. Te gustarían, estoy seguro. Son gente muy fuerte, muy decidida. Aunque... nadie ha llegado nunca a sustituirte, por supuesto –se detuvo de nuevo. Estaba siendo mucho más difícil de lo que había supuesto–. Todo volvería a ser como antes, Rem. Tú y yo en el campo de batalla. Peleando por la libertad que queremos.
De los labios del pelirrojo escapó un extraño sonido que se parecía demasiado a una risa entre dientes. Sin embargo, Caín no alcanzaba a distinguir la sonrisa en su rostro entre toda aquella oscuridad.
–Tú y yo en el campo de batalla –repitió lentamente. Y, lentamente también, comenzó a acercarse a él. Un paso tras otro, inexorable de tal manera que Caín sintió el deseo de detenerle sin entender muy bien por qué–. ¿De verdad? ¿Y para qué? Si no me necesitas a tu lado –La mano de Remiel le sorprendió al impactar contra su estómago. Fue un gesto brusco, pero no doloroso–. Lo dejaste bien claro al atravesarme con aquella espada –le soltó con la misma brusquedad y abrió los brazos en un gesto grandilocuente–. Te has vuelto más poderoso que yo, Caín, está claro. Alguien como tú no debería suplicarme que vuelva.
Aquella era su propia voz, sin duda pero... ¿qué estaba diciendo? Remiel no alcanzaba a comprender las palabras que articulaban sus labios y aquel estridente pitido no le dejaba escuchar la conversación pero... Sin duda, estaba respondiendo a Caín con total naturalidad.
El dolor de cabeza le hizo esbozar una ligera mueca y pasarse una mano por la frente.
Aquel pitido... Y los recuerdos... en su cabeza... se entremezclaban de tal modo que no sabía si era Balthazar quién le atravesaba con la espada o, en cambio, eran los cuernos de Caín los que atisbaba entre la bruma que cubría sus ojos. Aquella herida en su estómago...
–No era yo –le interrumpió. Remiel levantó la vista hacia él, con los ojos vidriosos. No fue capaz de sostener esa mirada–. Aquel no era yo.
–¿Ah, no? Pues fuera quien fuese lucía igual que tú, desde luego –espetó, con cierta rabia.
–No eres el más indicado para decir eso, ¿no crees? –replicó Caín, apretando los puños–. ¿¡Quién era el tipo que se dedicaba a matar hombres a sangre fría en el interior de aquella caverna?! ¡Hombres que suplicaban por su vida! ¡Dispuestos a colaborar!
Remiel entreabrió los labios para contestar, pero las palabras se congelaron en ellos. Aquello era cierto, qué podía decir al respecto. Él tampoco era él desde hacía una temporada, si Caín había pasado por todo aquello también... Si había sufrido así en soledad...
Remiel se sintió tan mal por no haberse dado cuenta y no haber podido ayudar que olvidó siquiera preguntarle por qué había él sufrido algo parecido, si era un humano normal y corriente.
Caín suspiró levemente y apoyó una mano en su hombro.
–Eh, vamos, no pongas esa cara –le reprendió con suavidad. Algo le dijo que sería mejor dejar ese tema. Ninguno de los dos saldría bien parado–. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos. Un auténtico duelo entre caballeros –hizo un amplio ademán hacia el piano que descansaba en una de las esquinas del cuarto, levemente iluminado por la luz de la luna que se filtraba entre los cortinajes–. Te apuesto veinte monedas de oro a que soy capaz de hacer sonar ese chisme mejor que tú.
Remiel rió con suavidad esta vez y se quedó prendido de las pupilas de Caín por al menos cinco segundos. ¿Podrían las cosas volver a ser lo que eran?
Azorado, descolgó su nueva bolsa del dinero del cinto y la sacudió frente a él.
–Me robaron el dinero en la última misión... tendrás que apostarte otra cosa –dijo, echando un vistazo hacia el instrumento. Algo dentro de él le decía que sabía cómo hacerlo sonar, a pesar de que nunca se había sentado frente a uno.
–Te robaron el... –repitió con lentitud–. Me equivocaba. Sigues siendo el mismo pánfilo de siempre. ¿Qué tal una botella de... vino? ¿De whisky? ¿Sigues bebiendo como una nena o por fin te has hecho un hombre? –bromeó, rozando la barba del pelirrojo con la punta de los dedos.
A Remiel no pareció importarle aquel gesto tan cercano o, si lo hizo, no dio muestras de ello. Simplemente sonrió.
–Nunca bebí como una... nena –suspiró, aproximándose al instrumento–, es que tú tenías mucho aguante –levantó la tapa del piano y observó aquellas piezas negras y blancas que parecían disponerse sin ningún sentido aparente–. Además la bebida no es tan importante, seguro que te sorprendo más con la música. Puedo tocar cualquier cosa que me pidas –intentó fanfarronear con un tono que no le pegaba nada, mirándole de reojo–. De hecho, te lo voy a dedicar.
Los dedos del pelirrojo se posaron sobre la base barnizada de las teclas con suavidad. Sólo tenía que pulsarlas y la música saldría sola. Lo había visto muchas veces en el reino de la luz, allí tenían a grandes artistas. Aunque realmente parecía más complicado que eso.
El sonido de varias notas llenó la sala con un acorde disonante. Remiel escuchó una risa tras él.
–Si eso es lo mejor que lo puedes hacer...
Sin embargo, sus dedos siguieron pulsando sobre el teclado sin hacer caso a su acompañante. Al principio no sonaba muy bien pero, poco a poco, la melodía fue tomando forma y a la memoria de Remiel regresó la letra de una canción que, en alguna vida, había compuesto. No él, sino... Lucien.
Me queman por dentro,
las cosas que eres capaz de hacer
y que nadie más consigue despertar en mí.

La voz de Lucien se extendió por la sala, llenándola de una melodía nostálgica que hizo que Caín se revolviese en su asiento. La suavidad con la que Remiel pronunciaba las palabras hacía que se le pusiera la piel de gallina.
Te he visto llorar y
me pregunto si no fui capaz
de transmitir todo el amor que podía darte.
Si tuviera que hacerlo de nuevo...
si tratara de alcanzarte una vez más...
de robar ese amor que sé que puedes darme.
¿Me odiarías entonces?
¿Volverá el viento a llevársela lejos?
¿Volverá el viento a robármela?

La canción siguió durante un buen rato. Los versos hablaban de la pérdida, del dolor, de una mujer que dejaba atrás todo cuando era y eso parecía provocar un inmenso vacío en el autor. Caín ni siquiera se molestó en reprocharle que la protagonista fuese una mujer, estaba demasiado absorto en los sentimientos que transmitía. Por algún motivo, sentía que aquella canción no le pertenecía a él, que jamás nadie podría dedicársela.
Las notas se extinguieron lentamente, dejando un extraño vacío en la sala.
El silencio se extendió durante un buen rato, sin que ninguno de los dos hiciera nada. Las manos del pelirrojo seguían sobre las teclas. Un golpe seco, no demasiado fuerte, le hizo levantar la mirada para encontrarse con una elegante copa de cristal apoyada sobre la tapa del piano. Caín se recostó contra el instrumento, con una expresión ligeramente ofendida en el rostro.
–Eres un tramposo –le reprochó, mientras descorchaba una botella de cristal oscuro.
Remiel sonrió algo avergonzado.
–¿Ya te has rendido?
Caín puso los ojos en blanco y le llenó la copa hasta el borde, para luego beber él directamente de la botella. El pelirrojo alzó el vaso con aire divertido, quizá recordando la última vez que había bebido juntos y apuró la copa de un largo trago.
Ninguno de los dos parecía atreverse a decir nada demasiado comprometedor, así que el alcohol comenzó a bajar entre bromas y carcajadas. Y, poco a poco, la tensión entre ellos dos se fue dispersando en el aire hasta no quedar nada.
–¿Sabes...? –la voz del pelirrojo distrajo a Caín de todo lo demás. Se había acercado lo suficiente como para que pudiese captar el olor de sus cabellos al caer sobre su hombro. Sin embargo, aquel aroma que no podía reconocer le hizo entristecer–. Realmente te he echado de menos todos estos siglos, Caín... Ni siquiera sabía si... si seguías con vida.
–¿Tú no sabías si seguía con vida...? ¿Y yo qué? –le golpeó con suavidad en el hombro–. Pensé que habías muerto entonces, Rem. Que había sido por mi culpa. ¡Y de pronto resulta que no es así! –se rió, pero se detuvo en seguida–. Me daba miedo equivocarme, ¿sabes...? Encontrarte y que no... Que todo hubiese sido un error.
–Estoy seguro de que... –musitó, las palabras sonaban confusas en sus labios, como si ni él mismo supiese qué quería decir–, en ningún momento todo esto ha dejado de ser un enorme error. Uno irremediable y demasiado complicado como para pedir ayuda. ¿Qué... vamos a hacer ahora, Caín? –Ladeó el rostro para observarle, ambos estaban tan cerca...–. No puedo seguirte a donde vas, quizá no estemos hechos para estar juntos –cerró los ojos con cansancio–, pero tampoco quiero seguir jugando al escondite por más tiempo.
Caín despegó los labios despacio, sin saber muy bien qué decir. Que los dos hubiesen pensado en eso prácticamente desde el principio no era un motivo suficiente como para decirlo en voz alta.
–Claro que puedes seguirme –respondió con voz queda–. No perteneces a este lugar. No eres un humano –hizo una pausa–. Y yo tampoco –tomó aire y se pasó una mano por el pelo con cansancio–. Al menos, no del todo. Tiene que haber un modo de que...
Unos labios se posaron sobre los suyos, haciéndole olvidar lo que había estado a punto de decir. De todas formas... ¿acaso importaba? Si no podían estar juntos, si ahora pertenecían a grupos enfrentados; todo eso quedó atrás en apenas un instante, cuando la lengua de Remiel se abrió paso a través de los labios del moreno.
Las manos del pelirrojo tanteaban su cuerpo con cuidado, pero también indecisas, como si estuviesen reconociendo un terreno por el que hacía demasiado tiempo que no se movían. Las prendas de ropa cayeron, una a una. Sintió que Caín trataba de decirle algo antes de que ambos cayesen sobre el mullido colchón de plumas, pero él no era capaz de oírlo, o no quiso escucharlo...
BIEN, YA ESTÁ, AL FIN, DESPUÉS DE DOS DÉCADAS DE ESPERA HE SUBIDO LA MISIÓN.
que ni siquiera es misión... que es sólo por el fandom...
Pero bueno, en una de las misiones de Ezer salía como Balthazar enviaba una invitación a Remiel para ir a la Corte... y tadáa! aquí está.
Bueno, pues en colaboración con :iconkastarnia: y :iconmeru-keepalive: he escrito este relato. Muchas de las partes de la narrativa les corresponden a ellas, así como la ambientación del lugar, que es todo de Kastarnia.
¡Gracias! *--* Espero que haya quedado bonito al final.
La canción que Lucien toca es una "adaptación" de Killing me del grupo The Kooks. Al traducirla me he tomado alguna que otra licencia para cambiar versos de orden y juntarlos y ect, para que sea más parecida a lo que yo buscaba. ¡Pero la verdad es que casa a la perfección! Venga, que todos sabéis a quién va dedicada realmente...
La letra la encontró para mí Meru, también, así que doble gracias.
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Reigkye's avatar
Bueno última de la tanda que voy a tener una indigestión de drama jajajaja A ver que me sitúe, esto es posterior a la misión de rescate princesil en la que se encuentra con Caín y lo manda a tomar por el culo, no? Vaya panda de bipolares en el reino xD

Mantengo que soy más fan del parejeo con Ezer, sobre todo de su versión oscura xD